lunes, 10 de diciembre de 2012

INTERVENCIONISMO ESTADOUNIDENSE EN MEDIO ORIENTE

El pétroleo considerado el origen del llamado síndrome de la guerra del golfo. 
















































La guerra del Golfo Pérsico fue objeto de un despliegue informativo a escala mundial,  nunca antes visto. Este fenómeno de la comunicación moderna poco contribuyó a que la opinión pública internacional comprendiera el origen del conflicto y distinguiera los intereses involucrados en el mismo. En este sentido, la guerra del Pérsico, con todas las imágenes de la tecnología militar de punta expuestas por la cadena norteamericana CNN, se inscribe en el contexto del desarrollo político de la región. En principio, habría que recordar que en los años setenta, Irán, bajo el régimen del Sha, e Israel eran los soportes de la política de Estados Unidos en Medio Oriente, que más adelante se reforzó con la alianza de Arabia Saudita y 
Egipto, representantes del conservadurismo en el mundo árabe. Sin embargo, la revolución fundamentalista que derrocó al Sha, modificó el equilibrio de fuerzas, de tal manera que durante la guerra entre Irán e Irak, los Estados Unidos apoyaron a este último país, pues suponía que Saddam Hussein  podía desempeñar el papel 'que anteriormente jugó el Sha de Irán, como aliado pro occidental confiable. 


Por el contrario, al concluir la guerra, en 1988, Irak se convirtió en una amenaza para la estabilidad política en la región dado el poderío militar que había alcanzado, lo que se vino a confirmar con su posterior incursión en territorio kuwaití, que de haberse consumado, hubiese permitido a Irak asumir el control de 20% de las reservas petroleras mundiales y, por ende, el de los precios internacionales del petróleo, pudiendo llegar a desplazar a Arabia Saudita en esta función reguladora. 


Tal fue la principal preocupación del gobierno norteamericano, cuando el 15 de agosto de 1990 Irak invadió a  Kuwait. Si bien la política exterior de Estados Unidos había modificado su sistema de alianzas  -históricamente inclinada a favor de Israel- el conflicto del Golfo Pérsico redefinió sus intereses estratégicos en torno al petróleo, a sabiendas de que este producto es, hoy en día, la variable independiente de cuyo control dependerán las condiciones de acceso al sector energético, en el contexto de un mundo multipolar; pues quien controle este producto mantendrá la hegemonía económica en el sistema de bloques industriales. 



La intervención militar directa de los Estados Unidos en el Golfo Pérsico (Operación «Tormenta del Desierto»), junto  con el desplazamiento de las fuerzas multinacionales existentes en Europa, puso fin a las pretensiones de Saddam Hussein, que también apuntaban a consolidar la presencia del fundamentalismo islámico, que viene a reflejar las viejas contradicciones nacionalistas del mundo árabe. Ante el acoso, Hussein respondió con un llamado a la Guerra Santa (el  Yihad), símbolo del combate, a los infieles no musulmanes que amenazaban la Tierra Santa del Islam, y que significa también «la lucha contra la injusticia social,  política y económica, inclusive contra los 
Invasión de tropas norteamericanas en Irak. 
propios gobernantes musulmanes». Se evidenció así la desigualdad entre las naciones petroleras ricas y los países desposeídos, y se agudizó con ello el problema religioso. La ofensiva terrestre, ordenada por el presidente Bush puso fin a la guerra, pero dio inicio a una nueva fase de desestabilización regional que trajo a la discusión el viejo problema entre Israel y Palestina y, al mismo tiempo, despertó diversas manifestaciones del nacionalismo, como fue el caso del levantamiento kurdo en el norte de Irak y la sublevación chiíta, en la parte meridional; esta última, de marcada inspiración islámica, que representaba una amenaza para los países del Golfo, entre ellos, Arabia Saudita, Kuwait, los Emiratos Árabes, Qatar y Bahréin; así se explica su apoyo al régimen de Hussein en su anterior guerra con Irán. Una segunda etapa del conflicto en Irak fue el resultado, en primer lugar, de la indefinición en que había quedado el tema del cambio de régimen en este país desde la guerra del Pérsico en 1991. Para algunos colaboradores del gobierno de Bush padre, encabezados por Paul Wolfowitz, la terminación del conflicto les pareció una decisión prematura, en la medida en que consideraban necesario garantizar el acceso a las materias primas vitales, en particular el petróleo del Golfo Pérsico. Y, en segundo término, de la estrategia de la política de seguridad nacional e internacional, basadas en la prevención del desarrollo de armas de destrucción masiva en Irak, así como la amenaza del terrorismo islámico, sobre todo después de los atentados del 11 de septiembre. Al respecto, un documento elaborado por el gobierno de los Estados Unidos -filtrado por The New York Times- planteaba el endurecimiento de esta política hacia Medio Oriente, pero durante la posterior administración demócrata de Bill Clinton el asunto se archivó. El retorno de las administraciones republicanas  sucesivas bajo la presidencia de George W Bush, significó el retorno de esta política que cambió la perspectiva del orden internacional en el siglo XXI, en la cual los Estados Unidos siguen manteniendo la primacía militar indiscutible (no así económica) pero se ha modificado la forma de ejercerla, pasando por encima de los aliados tradicionales de la OTAN, excepto Gran Bretaña, que ha sido uno de los países más identificados con la estrategia militar del gobierno estadounidense. 



Fue así como la segunda campaña de Estados Unidos en Irak da inicio en marzo de 2003 para concluir con la toma de Bagdad, bajo la justificación de la existencia de armas de destrucción masiva en este país y la presumible conexión entre el régimen de Saddam Hussein y la organización terrorista Al Qaeda, supuestos, ambos, que resultaron poco convincentes ante la opinión pública internacional. El panorama actual en el Medio Oriente es realmente inquietante y no se alcanza a vislumbrar una solución definitiva en el mediano plazo, una vez que el reacomodo de fuerzas apunta a restituir la hegemonía militar de Israel y a fortalecer, en el mismo sentido, a Arabia Saudita y a Turquía, con una OLP desplazada y con nuevos focos de tensión en Siria y en el Líbano. La creciente globalización no ha eliminado los tradicionales focos de inestabilidad política. El fin de la Guerra. Fría y la caída del muro de Berlín dieron pauta al nacimiento de la perspectiva de un  -nuevo orden internacional más justo, en lo económico y más tolerante e incluyente, en lo político. Sin embargo, sólo se trató de un interregno que terminó la mañana del 11 de septiembre de 2001, a las 9:03, tiempo de Nueva York, cuando dos aviones comerciales, secuestrados minutos antes en los aeropuertos de Boston y Chicago, se estrellaron, con toda la tripulación' a bordo, contra las Torres Gemelas, iconos insustituibles de la ciudad y símbolo del poder financiero. Poco después, a las 10:05 cae la torre sur del World Trade Center y hacia las 10:28 se derrumba la torre norte. El mismo día, a las 9:43, otro avión se estrella contra las instalaciones del Pentágono, en Washington. Una hora después del segundo impacto  en las Torres Gemelas, otro avión, con 44 personas a bordo, se impacta en el condado de Somerset, en Pensilvania. Inmediatamente se confirma que se trata de atentados perpetrados por terroristas suicidas y cuya autoría intelectual se le atribuye al multimillonario saudí Osama Bin Laden, dirigente de la organización fundamentalista islámica Al Qaéda que significa «La Base», mismo que ya se había adjudicado otros ataques contra objetivos norteamericanos. Sus vínculos con el gobierno talibán de Afganistán hacen suponer a las agencias de inteligencia de los Estados Unidos que Osama Bin Laden se encuentra en territorio afgano. 


El 7 de octubre de 2001, el gobierno de los Estados Unidos  apoyado por la fiel Alianza Atlántica y con el activo protagonismo de George Bush y del primer ministro británico Tony Blair inicia sin titubeos las acciones militares en territorio afgano, a la caza del líder saudí, en lo que sería la primera cruzada antiterrorista. La campaña culmina en diciembre del mismo año, con el derrocamiento del régimen opresivo de los talibanes, aunque no se logró la captura de Bin Laden en ese momento; el 2 de mayo de 2011,  el gobierno de Estados Unidos informa en conferencia de prensa que mediante “La Operación Gerónimo”  se localizó y dio muerte a Bin Laden en Pakistán donde se encontraba refugiado. 



Celebración en Estados Unidos por la muerte de Bin Laden




El saldo en vidas  humanas es impreciso, pero suficiente para comprender la magnitud del atentado y las consecuencias posteriores de la intervención norteamericana en Afganistán. Muchas señales preocupantes quedan respecto a la eficacia de los servicios de inteligencia estadounidenses, los niveles de confianza en los sistemas convencionales .de seguridad, la capacidad de respuesta y el perfil de los miembros del gabinete de seguridad del. gobierno encabezado por George Bush cuya legitimidad y mediocridad han sido muy cuestionadas, el realineamiento de los gobiernos ante las nuevas condiciones  y, en general, respecto al papel que los Estados Unidos han desempeñado dentro del sistema mundial, y al que se le atribuyen no pocas responsabilidades en los conflictos internacionales como factor de desestabilización, a tal punto que el historiador norteamericano Amo Mayer, una de .las tantas voces disidentes, en un artículo publicado en Le Monde, afirma que su país es «el primer y principal autor de terrorismo preventivo de Estado». Este tipo de' opiniones eran muy difíciles de externar en los Estados Unidos en los días posteriores al atentado, sin el riesgo de ser señalados como traidores, tal como les sucedió a los escritores Gore Vidal y Susan Sontag, para quienes los ataques del  11 de septiembre no fueron más que el resultado de la política exterior norteamericana que ha llevado a los Estados Unidos ha convertirse en un «Estado policial». El propio 
presidente George Bush, con una gran carga retórica y razonamiento elemental, lo preguntó así en el discurso que pronunció ame el Congreso de los Estados Unidos, el 20 de septiembre posterior al atentado: « ¿Por qué nos odian? »La censura o la autolimitación de los norteamericanos para responder a esta pregunta se fueron diluyendo en cuanto el gobierno de George Bush pretendió extender las acciones en el 
Medio Oriente hacia Irak e Irán, dos de las posiciones más incómodas en la región. Más aún, ocho meses después del atentado terrorista, el influyente diario The Washington Post, de orientación republicana, publicó una nota en la que se afirma que el presidente George Bush había sido informado, desde e16 de agosto de 2001, que Al Qaeda planeaba atentados en territorio norteamericano, según lo consignaban informes de los servicios de inteligencia que se venían generando desde diciembre de 2000 por la CIA y el FBI, a petición del propio presidente. La existencia de este último reporte de la CIA  en cuyo título se advertía: «Bin Laden, decidido a atacar en Estados Unidos»- no fue negada del todo por la Casa Blanca, aunque se argumenta que el informe era vago e impreciso.No obstante, el responsable de la lucha antiterrorista en el equipo presidencial, Richard Clarke, había expresado en una reunión del 5 de julio de 2001 que «Algo espectacular va a ocurrir aquí, y va a ocurrir pronto». Esta filtración puso bajo presión al presidente al demandársele el esclarecimiento de los hechos por parte de la oposición y de los familiares de las víctimas, quienes expresaron su desconcierto y su ira, pues existe la convicción de que el gobierno de Washington pudo haber evitado la tragedia. Estos hechos, por su impacto visual inmediato, hablan por sí  solos. Pero casi al mismo tiempo se abrieron varias interrogantes que desbordan, por mucho, las consecuencias dramáticas que este 
conflicto generó en la sociedad norteamericana y en la opinión pública mundial, y que tienen que ver con el futuro del nuevo orden mundial. Como bien lo dice el escritor neoyorquino Paul Auster en relación con el impacto del 11 de septiembre en la sociedad norteamericana: «No creo que pueda escribirse algo realmente profundo sobre algo que aún está ocurriendo. Se puede hacer periodismo, pero no literatura». Habría que agregar que tampoco se puede hacer historia. 


Milicianos del grupo Hamas. 



En el tobogán de los acontecimientos se arrastran otros nuevos 
escenarios directa o indirectamente vinculados con los atentados terroristas y el despliegue del unilateralismo norteamericano. Por un lado, China y Rusia recuperan su protagonismo internacional. Irán se fortalece en el Medio Oriente, mientras Yasser Arafat, pese a sus esfuerzos por mantener una posición en contra de Bin Laden, pierde credibilidad ante la ola de ataques de terroristas palestinos  -militantes de las organizaciones musulmanas Hamás y Al Fatah-, en territorio israelí, dando pie a la feroz ofensiva militar mantenida entre los meses de marzo y mayo de 2002 en el campo de refugiados palestinos de Yenín, en Cisjordania, que dejó un saldo de centenares de muertos, y al cerco impuesto al líder palestino  Yasser Arafat en su cuartel general de Ramalá, por el gobierno derechista del líder del Likud.


Ariel Sharon, decidido a combatir radicalmente a la autoridad palestina hasta imponer, a largo plazo, un nuevo orden 
regional. Más que como una simple represalia por los atentados terroristas contra civiles israelíes, esta nueva estrategia del gobierno de Israel asume el fracaso de los acuerdos de paz de Oslo y se fragua no a partir del último levantamiento palestino (la Antifada), pues ya existía un plan de acción conocido como «Campo de Espinas», elaborado en 1996, cuando estaba en el poder el laborista Ehud Barak.


La presión de Washington –que enfrento a los halcones pro israelíes con el moderado Secretario de Estado, Collin 
Powell-.junto con la resolución del Consejo de Seguridad de la Naciones Unidas acordada el 20 de abril de 2002, y 
luego de pedir en tres ocasiones el repliegue militar, obligaron al gobierno de Israel a retirar gradualmente sus tropas 
de los territorios palestinos. En el mismo mes se negocia el fin del asedio a la basílica de la Natividad, en Belén, con la 
salida y destino de 20 o 30 milicianos palestinos refugiados en el templo y que eran reclamados por Israel por delitos 
de terrorismo. Pero estos frágiles acuerdos y tentativas de los Estados Unidos, la Union Europea, Rusia y las Naciones Unidas de convocar a una nueva conferencia internacional sobre el Medio Oriente, no señalan el fin del conflicto en tierra santa. Sólo queda en el aire la misma interrogación: ¿Cuál es la mejor manera de que dos pueblos que comparten la misma tierra construyan un futuro juntos?








No hay comentarios:

Publicar un comentario